Los tres cajoncitos


Read by Alba

Con gesto resuelto, como de persona que, suceda lo que suceda, no ha de cambiar de voluntad, la condesa Adelina designó el mueble japonés de tres cajoncitos, una miniatura de laca rosada, con filetes de oro que despedía suaves destellos al reflejar la claridad de las lámparas de incandescencia; dijo gravemente:

— Abrid uno de esos tres cajones, y procurad escoger bien, Valentín, pues en cada uno de ellos he escondido una respuesta al ruego que no cesáis de dirigirme hace seis meses. Si ponéis la mano en la respuesta amable, en la que dice: ¡Sí! — preciso será que consienta en no rechazaros. Pero ¡temed encontrar una de las respuestas desagradables! ¡No me veríais más entonces!.

— ¡Menguada suerte la mía! — exclamó Valentín lanzando hondo suspiro. — ¡Tengo dos probabilidades contra una! ¿Pero cómo habéis concebido tan cruel capricho, hermosa mía?

— Porque si he de acceder a vuestros deseos— contestó sonriendo Adelina, — al menos tendré el consuelo de poder acusar al azar de la falta que cometo.

***

Perplejo ante el artístico mueble, Valentín tardaba en decidirse.

Su mano temblorosa vagaba de uno otro cajoncito sin atreverse a tirar del anillo de oro, y oprimíale fuertemente el corazón el temor de una elección aciaga.

Aventuróse por fin, cerrando los ojos y encomendándose a la divina misericordia de las providencias...

¡Oh dicha! ¡oh delicia infinita!... La respuesta — una hoja de papel verde brillante que desdobló velozmente— contenía la adorable frase: ¡Sí!

***

Entusiasmado, ebrio de felicidad, el joven tomó entre sus brazos a la bella condesa y se la llevó ruborosa.

No era ya posible la resistencia, a menos de faltar inícuamente a la palabra empeñada, y no era Adelina mujer capaz de dejar sin cumplimiento sus compromisos.

¡Resignóse!

....

Los dedos de rosa nieve de la aurora, apartando la muselina de los cortinajes, la vieron entregada a las dulzuras del amor que desfallece para reanimarse una vez otra...

***

Sin embargo, Valentín no estaba del todo satisfecho.

El éxtasis no fue suficientemente poderoso para apartar de su frente y de sus ojos cierta importuna nube de tristeza.

— ¡Oh! — exclamó la condesa en extremo sorprendida. — ¿Qué te falta todavía, de qué puedes quejarte, dí, ingrato?

— ¡Tengo una desazón! — murmuró apesaradamente Valentín.

— ¡Tú! ¿a mi lado? ¿cuál?

— Te he poseído por azar... no por propia voluntad tuya.

Y volvió a quedar pensativo.

Pero Adelina entonces, terminando con un beso la más argentina de las carcajadas, respondió al galán contrito:

— Tonto! ¡La misma respuesta había en los tres cajoncitos!

 

Publicado en "París alegre", el 1 de abril de 1902


Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.

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