La inmortal


Read by Alba

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Ama a tu prójimo como te
amas a ti mismo. — Jesús.

Aquí salgo del seno profícuo
de la cósmica chusma sagrada,
como surgen los rudos poceros,
ungidos en greda, del pozo que cavan;
con el acre sabor de la simple,
desolante sentencia judaica:
la ansiedad de la luz en los hombres
recién aparece después que se sacian.

Aquí traigo los puños repletos
de corrientes vergüenzas palmarias,
cual un frío bufón que mostrase
los ruedos raídos de un manto de grana;
de vergüenzas corrientes que corren
sin herir, sin rozar suspicacias ...
¡Por que tanto repican las cosas
que ya no penetran ni a golpes de maza!

De vergüenzas corrientes que quiera
sujetar con mi sola pujanza;
de sus crines hirsutas cogerlas
y al rostro perplejo del orbe lanzarlas.
Pues yo sé que los nudos gordianos
al más leve tirón se desatan;
que se buscan misterios y surgen
verdades que ciegan de simples y claras.

Que cualquier intelecto mediano
para dar en la clave se basta,
como al propio través de la noche
con un candilejo cualquiera se marcha,
que con sólo pulsar una vida
ya se pulsan las cuerdas humanas;
pues un solo vellón, uno solo,
resume, presume la ingente majada.

Y aquí voy a tejer mis estrofas
a favor del azar, como salgan,
cual un niño que hacina en manojos
jazmines dilectos y agrestes retamas;
como corren, según las caídas,
por el dorso terráqueo las aguas,
y según las arrugas y gestos
las perlas del santo sudor por la cara.

Porque nadie trenzó las ideas
con mayor solidez y más gracia,
que la gracia de flor con que nacen
y van, por si mismas, tramando su trama;
porque toda labor que perdure
y al rodar de los siglos uo caiga,
la sacaron así, paulatinas,
las inusas ambientes del fondo de un alma.

Yo no sé que saldrá de mi numen
con mi pobre conciencia turbada:
la conciencia del gusto vacila
la voz que la miden conciencias villanas.
Más yo se que bajé los peldaños
por amor maternal de las llagas:
si hay un juez que las vidas escruta,
la gota de Cristo que tengo, me salva.

!No será mi labor un conciso,
bien trabado, bien lógico drama;
las verdades morales se chocan
y el arte más alto jamás las enlaza.
Más también, la visión de mi chusma
cual andrajo flotante divaga ...
que descienda mi Dios a mis versos:
¡de pié!... ¡de rodillas!... ¡que voy a cantarla!

Pues, ¿qué son las grandezas más grandes,
las blancuras del pecho más blancas,
frente mismo del máximo fondo
de donde salieron tan fuertes y santas?...
¡Lo que fueran tus gotas de llanto
con las que hay que llorar, comparadas!
¡Lo que fueran chocando tus besos
si dos muchedumbres de soles chocaran!

¡Lo que fueran tus piedras preciosas
en los campos del éter bordadas!
¡Lo que fuera tu gesto de hormiga
de todos los orbes ritmando la marcha!
¡Lo que fuera tu voz gobernando
la revista de todas las razas!
¡Lo que fueron tus horas de insecto
si todas las horas de Dios las tragaran!

Como en esos arcaicos escombros
que silvestre zarzal amortaja,
sobre plintos de mármol augusto
discurren culebras terrosas y flavas,
las culebras del hambre y los vicios
su semblante de Dios desencajan
y la bilis del Odio, superbas,
de pálido azufre dantesco la bañan.

Ni el más leve, gentil sentimiento
centellea su faz demacrada:
pues al dulce rubor de las rosas
la luz lo genera, la noche lo mata.
Sus afectos flotando confusos
en el mar del instinto sin playas,
leviatanes enormes parecen
que dentro su vago cubículo vagan.

¡Leviatanes enormes!... lo mismo
que el vapor fantasmal de las aguas,
con sus lívidos velos llorosos
difuma de Londres la enérgica mancha:
tras aquel invasor aguardiente
que a geniales y a estúpidos mata,
los contornos humanos asumen
grotescos dibujos de bestias nefarias.

Turpitud multiforme, deforme,
cuyo suero de gimio deprava
cual tenaz filtración del infierno,
familias y tribus, naciones y razas.
Turpitud alevosa que viene
de vigor y placer disfrazada
sepultando la luz en la Sombra,
torciendo, rompiendo la psiquis humana.

¡Leviatanes protervos ! ... Del modo
que sus bravos arpones enlazan
los torcidos anzuelos, la noche
que dos espineles muy próximos atas:
su persona moral es enjambre
de torcidas pasiones bastardas,
que la influencia de un astro maldito
sacude, alborota, revuelve y engancha.

¡Leviatanes horribles! ... Lo propio
que las pobres personas baldadas,
con los órganos sanos que tienen
reponen o finjen aquel que les falta:
de palpar sus tupidas tinieblas,
ha sacado, también sus ventajas,
y al dolor sin amigos que sufre
le brotan ideas con dientes y garras.

Y cual dos huracanes contrarios
que barriendo la tez de la Pampa,
sibilantes de furia se funden
y en férvidas rondas al éter se lanzan:
su contrato social es un choque
de violencias rasantes y pravas,
remolino de pestes, coyundas
que toda la recua del mal acollaran.

Pero como de dos peregrinos
que repechan abrupta montaña,
más lesiona sus pies el cobarde
que menos afirma sus pies en la marcha:
solamente los mansos corderos
en aquel pedregal se desangran ...
¡Mujerzuela procaz a quien rinde
la limpia, sonante, genial bofetada!

Y es amigo traidor, vil hermano,
vil esposo, vil padre ... ¡Que caigan
los brazos de Cristo y le formen
cual una materna, mimosa muralla!
Yo no dejo a mi plebe convicta
faz a faz de tus nobles infamias ...
¡Será todo lo vil; pero nunca
más vil que tu vida más útil y sana!

¡Qué! ¡No tienes amigos amables
que te ponen el pie cuando pasas,
ni jamás un gorrión de tus migas
llamándote padre rajó tus espaldas?
¡Qué! ¿No venden los grandes hermanos
a sus grandes hermosas hermanas
y los grandes maridos no suben
después que sus honras bajaron muy bajas

¡Qué! ¿Dirás que tus niños do cera
no son tigres cachorros que lactan;
que tus lazos efebos no sufren
vigilias perplejas, insólitas ansias;
que tu joven doctor, — ese mismo
que repujan masaje y gimnasia, —
siente claro, vivaz, fulminante
cualquiera resorte maestro del alma?

¡Qué¡ ¿Dirás que tu guante de Suecia
diez pulidas ganzúas no envaina;
que tu sacro cerebro de Newton
no vibra quién sabe que celdas nofandas?
¡Qué! ¿Dirás que mi firmo cuchilla
cuando hiende la carne del paria,
porque bruñes tu piel con gamuza
no hiere tu propia, tu misina carnaza?

Como están bajo el rubio topacio
del provecto jerez agolpadas,
por subir y flotar y engreirse, —
chusmaje bravío, — las heces amargas;
como están en el frígido lecho
de los hondos algibes de Arabia,
muchedumbres de vírgulas viles
debajo del puro cristal de las aguas;

Como está la ocasión del estrago, —
ella misma, total, fulminaría, —
tras el amplio dosel de esas nubes
fugaces cual sueños fugaces que pasan;
como cuelgan de regios tapices
primorosas, bellísimas dagas,
aguardando al Caín, al Ótelo,
o el cívico Bruto que vibre sus lamas;

Cual desdobla, crespones azules
en las cumbres del monte la larva,
mientras hierve iracunda en el fondo
como una iracunda, perpetua amenaza:
cual recoge la bestia felina
su retráctil, su elástica zarpa,
mientras duerme feliz meditando
su opípara cena de carnes humanas;

Como terca y astuta y sumisa,
sin tal vez amagar, so recata
por detrás de la piel reluciente,
del cáncer hediondo la red soberana:
como corre a través de cien cráneos,
dubitante y anónima y canta,
la imperial, la furiosa locura
que al fin sobre alguno se afirma y estalla:

Así están en tu ser los extremos
do tu heroico egoísmo se lanza
cada voz que tu yo, tu persona,
tu fin, tu destino, peligran y claman.
Así están aguardando pacientes
la ocasión, dé reinar como amas,
las que tu denominas torpezas
no sé con que gesto de arcángel sin alas.

Así está lo más vil soportando
su capullo de túnicas blancas,
sin decir, ni vibrar, ni radiarse
si el mar de tu vida no agita sus aguas...
¡Por qué toda esa luz que refulges
puede ser en tinieblas trocada,
miserable montón de miseria
que todas las manos moldean y amasan!

Porque tú, — gran señor, gran patricio,
grau ilustre, gran genio, gran lama, —
por lo mismo que moro en las sombras,
a mí no me ciegas, te cuento las manchas;
y detrás de tu aspecto solemne,
del perfume de honor que derramas,
de la curva triunfal de tu testa ...
¡Yo sé lo que sobra, yo sé lo que falta!

¡Que abandonen la cruz esos brazos
que sin ver ni juzgar nos abrazan,
y las lepras de todos envuelva
su blanca batista que siempre está blanca
que desciendan al mundo esas manos
que la furia del mar amansaban,
y al cerebro más firme y completo
le impongan la enorme locura cristiana!

¡Que me cieguen mis ojos malditos,
que con solo mirar ya difaman!
¡Que me arranquen mi lengua de sierpe
que sólo destila verdades airadas!
¡Que sacudan mi frente y la rompan
como a frágil redoma de miasmas!
¡Que desgarren mi pecho y fulminen
la esponja de viles vilezas que guarda !

¡Sí! ¡Yo sé que un perfume inefable,
que un fulgor indeciso de alba,
que una música sorda y sublime
desprenden y esparcen las vidas más bajas!
¡Sí! ¡Yo sé que del fondo más hondo
surgirán las alturas más altas,
mientras haya girones, andrajos,
deshechos, minucias de carnes humanas!

¡Sí ! ¡Lo mismo que charcos hediondos
resplandecen al sol como plata,
y al brochazo del genio las formas,
la cárcel del lienzo desertan y saltan;
la presión de las manos divinas
en la creta del Cosmos, echada,
realizó la sutil y evidente,
fugaz y absoluta presencia del alma!

¡Sí! ¡ Qué venga la luz a raudales,
a diluvios ardientes de llamas!
¡Qué me fluya del fondo del cráneo,
y al último cráneo dilate su cauda!
¡Que se colme mi ser de justicia,
del afán de ser justo sin saña,
y lo mismo que a un campo sembrado
me broten verdades eternas y mansas!

Aunque hieran los ojos del sandio
que prefiere no ver lo que palpa;
aunque surjan tan recias que rompan
sus torsos ciclópeos, mi mísera entraña;
Aunque ya no me quede cerebro
para hilar las ideas más vacuas
y me tienda sin fuerzas, idiota,
contando las olas del mar, en la playa!

Si el Amor electriza sus carnes, —
el Amor quo prolonga las razas,
que los pies de marfil de Itacto
besó con sus besos de nardos y ascuas;-
yo no sé que lupercos infames
a tender ese tálamo bajan;
yo no sé de que vientre surgieron
aquellas legiones de vicios con alas.

Primer vago rumor en el nido,
primer vago matiz en la rama,
primer vago fulgor en el cielo,
los niños; pichones retoños y albas.
Pero nunca sonríen aquellas
mañanitas del polo nubladas;
querubines de Dios ... ¡querubines
que bregan cubiertos de pupas y canas!

¡Valerosos impunes pichones
que del nido paupérrimo saltan
y a buscar su comida comienzan,
nacientes el pico, la felpa y la garra;
valerosos rapaces que tornan
con sus tiernas manitas manchadas,
a llenar, como próvidos padres,
las faldas maternas de ricas migajas!

Como tienden al sol los rosales
que tenaz el taladro taladra,
sus dolientes pimpollos lo mismo
que tiende sus brazos la vieja traviata:
su precoz pubertad es el gesto,
la sonrisa senil de las razas:
floración de sepulcros, pimpollos
que tardos, muy tardos, en fruto se cuajan.

Enfermizos, nacientes pimpollos
cuyas hojas de seda desatas
con tus artes de fauno . . . ¡con esos
deleites sombríos que tú no declaras!
Satinados pezones que sucias,
callejeras deidades arrastran
y recoje y estruja y exprime
quién sabe qué mano de procer, malvada.

Miserandos capullos marchitos
con que nutres el horno y la fragua
como quien alumbrase sus noches
con rayos pedidos al sol de mañana,
como quien recubriese sus minas
con los propios diamantes que guardan ...
¡salvación del afán de un minuto
con toda la serie siglos que faltan!

Como aquellos duraznos salvajes
que comercias a sendas barcadas,
exquisitos algunos, carecen
de rojos matices, de pulpa y de savia:
cuando trueca su ñor en espigas, —
si en la vil soledad no se mata, —
como fruto silvestre de bosque,
de ser una vida rodando no pasa.

Y una vida vulgar es un cofre
de inseguras, de fáciles tapas,
donde mete cualquiera sus manos
y el pobre tesoro completo le saca;
pero hay vidas vulgares que suelen,
como ciertas anónimas arcas,
ocultar cautelosos resortes
que saltan a veces ... ¡y a veces no saltan!

¡Cautelosos resortes! . . . Lo mismo
que los raudos cohetes traspasan
el capuz de la noche y se vuelcan
a chorros de luces brillantes y varias;
de la mar bonancible, sumisa,
de vulgares cabezas humanas,
brotan siempre la curva silbante
que vuelca sus luces o rojas o blanoas.

Lo ruin, lo vulgar; el repuesto
del templado cordaje del arpa;
las torcidas virutas endebles
que va como rulos dejando la tabla:
la porción de color que pudiera
ser mejilla, ser labio y es granza ...
¡material de proyectos divinos
que sirve de cufias, andamios y gradas!

Como ruedan las noches de invierno,
prematuras y torvas y tardas,
sobre cada primor de las yemas
poniendo colgajos de crudas escarchas,
va también su vejez a dormirse
del osario común a la zanja,
sobre cada ilusión que despunta
poniendo seguro, mordaz epigrama.

Porque toda vejez se defiende
de los rayos del sol que se alza,
circuyendo su calva de nimbos
y echando a la joven burlonas miradas;
porque toda vejez disimula
su rencor al placer de las alas,
desdoblando feroces antenas
que hieren precisos la nota que falla.

Porque a cada ilusión que perdemos
una fúlgida luz nos apagan
y un nidal de pichones azules
del fondo del pecho nos hurtan y matan:
¡y aquel antro se puebla de sombras
que maldicen la lumbre del alba,
y aquel nido desierto y helado,
se colma de sendas tarántulas bravas!

Mas cual esos heroicos guerreros,
cuya tez embellecen y manchan
cicatrices de sable y estoque ...
con otras habidas en otras campañas;
por la tez de mi plebe proterva,
por sus manos roñosas y flacas,
el afán del oficio depuso
la tosca y excelsa señal de la garra.

Y así como los tales ilustres, —
descreídos, borrachos y mandrias, —
en las cuevas del pecho mantienen
cual santo rescoldo, la fe de su patria;
por haber ejercido de mártir
en la ruda, perpetua jornada,
yo no sé que fulgor indecible
de gran sacerdote, sus ojos irradian.

Como aquel rapazuelo sin padres
que te sirve de pie mientras yantas,
cuanto más te retiene la gula
más fría recibe la sobra que traga:
mientras cubre de goces tu vida,
mientras llena de luz tu morada,
su ración del placer que te sobra,
se cubre, se llena de pútridas larvas.

Y cual esas mujeres abyectas
que te sorben la bolsa y el alma,
simulando llenar tus deseos
con una presteza de madres y hermanas:
cada vez que cualquier beneficio,
tus umbrales de pórfido baja ...
¡baja un garfio voraz de drenaje,
un buzo equipado do recia escafandra!

¡Yo diviso diez lojas ardientes
que conminan la gleba reacia,
cuando miro tus dos manecitas
jugar en sus lomos de acémila exhausta!
¡Yo percibo tu voz alentando
la jipante caudriga cansada
cuando veo caer tus coronas
en esas virtudes sombrías y flacas!

Yo me tapo los ojos y tiemblo
cada vez que sus dotes alabas:
me pareces un boa del Chaco
que ya la fascina, que ya se la traga;
me pareces un pulpo inhartable
cuyas tenias flexibles alarga
y en las carnes del náufrago inerte
succiona la chispa final de substancia:

Me pareces un torpe cruz roja
que la quiere sentir consternada
y lo mismo que un sátiro ebrio
le busca, le frota, le lama la sarna ...
¡Caridad es pillaje, comedia,
vanidad, precaución, diplomacia,
relucientes retobos que cubren
la bola de mármol del alma pagana!

Como aquellos hipócritas canes
que regresan contritos al alba,
rasguñando tu puerta febriles,
con sordo gruñido suplican y llaman:
a la faz de las puertas de bronce
quo la Luz de la Sombra separan,
gemirán con gemido espantable
tus más soberanos ingenios y famas.

Y cual ven al pasar los obreros
que al par mismo del sol se levantan,
a los lacios, tenaces mastines
que lamen gimiendo la puerta cerrada:
las legiones de siglos y siglos
que lo Eterno en lo Eterno derrama,
mirarán al pasar a tus grandes
batiendo afanosos las áureas aldabas.

Y así como los amos del perro, —
ya la sombra nocturna pasada, —
vagamente recuerdan que alguno
quién sabe ni cuándo ni dónde lloraba:
la flamígera mente absoluta
que al nidito de tórtolas haja,
puede ser que sosxjeche algún día
que suele ser genio la pécora humana.

¡Sí! Cuál esa fugaz arenilla
que en las losas del pórtico vaga,
cuando silban los vientos airados
y al ras del arroyo sus sondas arrastran:
por los blancos pretiles del cielo
y a la faz de su puerta sellada,
rodarán reducidos a polvo...
laureles, retortas, diademas y espadas.

Pues lo mismo que al joven recluta
que reduce cobarde su talla,
le despojan furiosos y cuasi
le miden y escrutan las mismas entrañas:
para dar con el peso preciso
de la brizna de Amor que alentabas,
tendrá Dios que arrancarte a montones
las púrpuras necias que ciñen tu alma.

De la propia manera que cuando
la jauría descubre la caza,
si es algún jabalí temeroso,
ladrando los canes parece que hablan;
tu fortuna, tus leyes, tu ciencia
que no fueron, — no, nunca, — cristianas,
si perciben su faz en la sombra,
clamando castigo parece que ladran.

Y así como Eliphas esgrimía
su torzal de retórica sabia,
cuando Job delirante, rugiente,
royendo su podre con Dios altercaba
cualquier lengua señora del verbo
pretendió conducirla y salvarla ... ;
si el Dolor es de Dios, Dios lo guía
y el mismo trabajo secreto trabajan!

Cuando da su pulmón el sonoro
resollar del titán que batalla:
cuando rompe los aires cerúleos
a enormes rebatos de viejas campanas
cuando brilla su faz a las rojas
claridades del odio y las llamas:
cuando va deponiendo cabezas
ya rubias y locas, ya graves y calvas;

Habrá siempre malignas y ocultas
filtraciones de hiel en su alma:
habrá siempre dos manos cubiertas
de gruesos diamantes que compren y aplaudan:
habrá siempre chispazos perdidos
que fulminen las trojes humanas:
habrá siempre fanáticos ebrios
que azucen al dogo por pura jactancia...

¡Habrá siempre, jamás en tus puertas
de valioso marfil incrustadas,
rajadura secreta por donde
vislumbre tu siervo verdades amargas!
¡Habrá siempre detrás de tus tronos
un Luzbel que les roa las gradas
y un bnfón ofendido mostrando
que son deleznables montones de paja!

Como no se concierta la sierpe
con la sierpe vecina y hermana,
para dar un asalto de lenguas
regidas en orden, al tigre que pasa:
pero como la sierpe que yace
respirando rencor solitaria,
si la pisa la fiera se torna
silbante, furente, y el dardo le clava:

Cuando ya un dolor excesivo
de su torpe modorra la saca,
reacciona feroz y acomete
la insignia primera de mando que alcanza.
¡Porque nunca el Dolor tuvo tiempo
de inventar y medir represalias,
y atropella por sí; por impulso,
por ley, por instinto, por lógica innata!

Como va por el foso la Vida
de sutil fetidez rodeada;
como yacen los limos profícuos
detrás de sus vuelos de fúnebre miasma:
como triste, deforme, difusa,
la materia del caos aguardaba
los acentos de Dios que dijesen,
sé nube, sé piedra, sé carne, sé planta!

Así van las burbujas de gloria,
las virtudes más bellas y mansas,
por el ancho zanjón del arroyo,
prolijas y sordas, latentes y bravas;
así espera mi pulpa del genio,
fluctuante, deforme, callada,
la presión del Arar que decrete
su toga, su lauro, su cetro, su tiara.

Y cual brotan del mar esas nubes
que simulan paisajes de nácar;
como luego, por múltiples modos,
regresan y siempre la mar las exhala:
no son más que vapor de sí propia
tiranías, alcurnias y famas;
flotarán esas nubes el tiempo
que floten y rujan abajo esas aguas.

La crearon las leyes eternas
al tomar al Dolor como causa
y al poner la noción de lo Puro
por finn, por objeto de todas las ansias:
pero aquel bravo vivo doliente,
para dar con la Luz que le llama,
requirió sus declives y cauces,
su plan y esqueleto de leyes humanas.

Y así fueron las leyes . . . tus leyes,
que no salen jamás de una pauta:
la feroz oriental que produjo.
los clásicos moldes de todos los parias;
la que dio sus pacientes ilotas
a la hirsuta virtud espartana:
la de Roma imperial recubriendo
de fúlgida gloria, cadenas y lacras:

La del recio trotar de barbarie
por la fría cultura pagana,
que llamó cosa vil al vencido,
gordura del campo, terruño con alma:
la cruel de tu ciencia de nombres
desatando las turbas incautas,
para verlas correr delirantes
detrás de rotundas vacías palabras;

La presente, la tuya, la nuestra,
la que tanto retocas y lavas,
la que llena de tildes al débil
y al fuerte le carpe y alfombra la cancha...
rufianesca noción de un querube
cuyas dobles, amplísimas alas
recubrieran cual toldos discretos,
los torpes deleites de quien las pagara!

Sólo fue la grandeza que gozas
por su fiebre de hacer, consumada ...
¡mis hormigas de Dios, si quisieran,
con finos buriles el aire labraran ... !
Mal oliente sudor de cuadrilla
sangre vil de las hordas en armas:
cenagoso caudal que tú riges ...
¡lo mismo que rigen al mar sus resacas!

Si reclinas tu faz en el globo
como quien su pulmón auscultara,
cual recogen echados en tierra
los indios errantes la voz de la Pampa;
sentirás el traqueo solemne,
de su heroica labor cotidiana,
cual si fuera timbal ese globo
y en él repicase la Vida su marcha.

Si tu yunta pujante sujetas,
al plebeyo camino te bajas
y un puñado de polvo recojes
del mismo que bate la yunta que piafa:
cogerás un terrón del progreso
que sobó como el pan con sus palmas,
sentirás el hedor de la sangre
que puso diademas a todas las patrias.

Si cual un catador eminente
que cien viejos borgoñas compara,
comparando la sal de los mares
en todos los mares tu crátera escancias:
brindarás con el férvido mosto
de la carne de chusma que tragan,
con el trágico néctar del simple
que fió de los genios que tú desamparas.

Si registras el haz del planota,
si sus dos hemisferios indagas
cual pudiese la tigre llorosa
buscar sus cachorros por cuevas y zarzas:
no verás un rincón del desierto
donde ñje un pie la canalla,
buscarás el solar, sin hallarlo,
de aquel que tu feudo triangula y dilata.

Si barrenas la costra terrestre
más allá de las últimas napas,
como un niño voraz con sus dedos
perfora y vacía su propia naranja:
sacarás el serrín de los tristes
que debajo del suelo trabajan...
¡se cerró como un puño el abismo,
tal vez protestando de recua tan mansa!

Si tu joya más breve, más necia,
con tu rítmica mano contrastas,
como aquellas matronas que buscan
a graves tanteos los granos que faltan:
sentirás un imán prodigioso
que tus hilos de nervios alarma ...
la pasión del orfebre que puso
tremantes de vida las prendas que gastas!

Si lo propio que sueñas dormido
con un hecho anormal de tu infancia,
las arenas del circo rehaces
adonde moría la chusma cristiana:
a verás fulminar los excesos
faz a faz de Nerón qué los ama:
faz a faz de la cruz y los garfios
cantar ideales, cantar esperanzas.

Y si cómo entre sueños consigues
prolongar los que más se regalan,
tu visión expectral prolongases
y on cuevas y osarios la noche pasaras:
la verías cavar en las tumbas
el zanjón de la tumba pagana,
la verías alzar los altares ...
¡los mismos altares que ya no la salvan!

Si del reino ideal de Minerva
desarrollas y extiendes el mapa,
y persigues en él friamente
la ciencia más pura, la más algebraica:
convendrás que tu triunfo primero
triunfo fue de la humana ignorancia,
y hallarás que los sueños de un loco
van siempre alumbrando cualquiera vanguardia.

Si tus graves filósofos abres
por sus hojas más plenas y sabias,
con el propio fervor con que buscas
los versos mejores del vate que aclamas:
no verás en las hojas aquellas
nada más que un montón de palabras
que fulguran, a veces, la chispa
del Sancho del siglo, la zona y la raza.

Si a tus negros presidios penetras,
en tus patios ruidosos te paras,
en la jerga del preso meditas
y acoges y estudias los dijes que labra:
sentirás que tu lengua y tus artes
de los fondos humanos arrancan,
como van por el cieno, latentes,
los lirios, los nardos, las rosas, las dalias.

Si visitas en noches de planes
de Caín y de Caco las aulas
y su bronca función de poderes,
la tuya de felpa, prolijo comparas:
hallarás con horror y amargura,
que tus goces orgánicos bajan
y concuerdan con ese del crimen
tan justo, tan fino manejo de garras.

Si la lívida frente del santo
con genial entereza trepanas,
y en sus nobles abismos arrojas
ecuánime, libre, sedienta mirada:
hallarás la molécula misma
de algún cáncer atroz de cloaca,
que pasando de padres en hijos
abrió candorosas clemátides blancas.

Si en tus rondas nocturnas asieras
al primer ganapán que pasara,
como quien al azar, distraído,
cualquier retoño del árbol arranca:
detenerlas al César del orbe
que sin rumbo ni séquito vaga,
mientras alguien combina sus horas
y el trono y el cetro de rey la depara.

Si la pulpa del vago, del ebrio,
del peor, del más ínfimo palpas,
como quien al buscar una perla
registra la zona más vil de una casa:
sentirás sollozar esas mudas,
adiposas, abyectas piltrafas
con el hondo plañir de los astros,
que se hunden por siempre jamás en la nada.

Si la voz del silencio interrogas,
del febril, del genial, del que brama,
del que llena de sangre los cráneos,
tañendo sonoras campanas de plata:
pasará galopando mi Chusma
por las teclas de luz de tu alma,
cual si Dios, con sus manos, pulsase
la gran sinfonía final de las causas.

Jadeante, grotesca, inasible: —
por tenaz, por insólita y vaga, —
soportando por siglos de siglos,
minuto a minuto la cúpula humana:
así está la misérrima plebe,
la inmortal invencible alimaña
que los tercos lebreles vigilan
y acosan y aturden y aprietan y aplastan.

¡No! ¡No puede quedar en mi Chusma,
nada más que la torva mirada
con que atisban, tahúres vencidos,
sutiles, absurdas, quiméricas trampas!
¡No! ¡No puede sentir en su pecho
nada más que rencores de paria,
y el horresco furor do que todo
reviente y en finas moléculas caiga!

Ni podrás vaporar para siempre
las barreras de hiél que separan
la mansión de las risas amables,
de aquel pandemónium de sombras airadas,-
nada más que poniendo tus labios
donde mismo supuran sus llagas,
nada más que llenando tus leyes
del fuego divino del alma cristiana!

Ella ve desfilar tus manjares
en tus platos de Sévres y plata,
mientras yace rendida, gimiendo
debajo del bofe que cuasi no alcanza:
y pues tiene tus órganos mismos,
cualquier vez esos órganos mandan,
y sin dar una voz, cual un dogo
del menos culpable la faz ataraza!

Ella siente la péndula loca
de tus días felices, que pasan
como fresca visión capitante
de ninfas que ríen, de senos que saltan:
y pues tiene sentidos y tiene
por tenerlos, pasiones y ansias,
con su gran maldición de sedienta
maldice, hasta mismo, tu vaso de agua!

Ella ve tus pasiones que vienen
con talantes de santos y santas,
reprimiendo gazmoñas, en ella,
la minima culpa, la mínima falta;
y pues tiene noción de lo justo,
de no sé qué suprema balanza, —
tu disfraz de Catón la sulfura,
y enloda y escupe tu clámide blanca!

Ella ve florecer tus virtudes
donde mismo resultan premiadas,
cual escogen, sagaces, las hiedras,
la sombra jocunda de cedros y tapias:
y pues ella, la gran perseguida,
sabe bien el coturno que calzas,
cuando pisa tus pisos de roble,
sospecha que pisa diabólicas trampas,

Ella ve que tu ley no sostiene
ni el derecho ni el bien que consagra,
cual un zarzo ruin que doblegan
los rubios, copiosos racimos que carga:
y pues ella prefiere los frutos
al sostén deleznable de cañas,
menosprecia tus leyes viviendo
la vida salvaje del puño y la daga.

Ella ve que cualquier sacerdocio
pone tren con la fe que levanta,
como aquellas mujeres que dicen:
más oro, más lujo de quien más nos ama!
y pues mora Minerva en su cráneo,
y pues vive Jesús en su alma,
ni respeto ni amor le despiertan
tus borlas de sabio, tus cruces de plata !

Ella ve que poder y fortuna
con tu solo sudor no los ganas:
que las flores no son del que riega,
sino del dichoso señor de las plantas:
y pues ese deber sin derechos,
del nivel del señor la rebaja,
le parecen dogales malditos
los clásicos yunques, las nobles azadas!

Ella busca la vida del ángel:
de la simple función soberana,
del dominio total de las olas
que el cerebro ciñen turbantes de llamas;
y al sermón del trabajo que suelen
predicar los que nunca trabajan,
magistrales modelos opone
de trágicos robos, de finas estafas.

Ella siente brotar en sí misma,
como sienten sus yemas las ramas,
la legión palpitante de sueños
que tientan, qno buscan la luz de mañana:
y ella ve que su propia belleza
de lamentos del vientre no pasan:
pues un sólo mendrugo que baje,
cien días ... ¡mil días de sueños aplasta!

Ella mira flotar en la zona
del poder, el honor y la fama,
las torcidas pasiones aquellas
que sólo merecen el fuego y el hacha:
y al buscar el abismo sin fondo
donde deben caer fulminadas,
con espanto sublime las oye
nombrar supervidas y cumbres humanas!

Y volviendo su rostro a sí misma
de sí misma dudando, se palpa;
y al mirar otra vez, le parece
que todos un mismo secreto se pasan:
y cien claros dilemas terribles
la postrer ilusión le desgarran;
y una risa glacial y cortante
del fétido fondo del hígado, lanza!

Formidable, diabólica risa...
si Luzbel sus cavernas dejara,
en los templos de Dios penetrase
los días que visten de luces y galas,
y riese de aquel artefacto
de cartones y tules y panas:
su rajante, su právida risa,
no, nunca pusiera más bajo las almas!

Desquiciante, profética risa ...
cual retumba la bóveda vasta
y al tremendo tronar, trepidando,
sus áureos, bruñidos estucos se rajan:
tal cuartea los tenues revoques,
tal asorda la bóveda glauca
del templo gentil del ensueño,
aquella pujante, bestial carcajada!

Carcajada bestial de la bestia
cuyo fuerte ronzal se desata:
que se sueña sin freno, sin brida,
sin un sofrenazo, sin una mirada;
que presiente la selva salvaje,
la contínua, la libre vagancia;
la existencia imperial del instinto,
sin ver lo que pisan y rompen las patas.

¡No te pasme su furia! No temas
sus arranques de virgen insana:
mientras haya quien crea, no importa
que templos y reyes y códigos caigan.
Teme, sí, que cruzando tus ojos
con sus ojos sin luz, te deshagas,
como torre de horror y energía
si el firme cimiento de piedra, le falta..

Teme, si con pavor indecible,
con el mismo pavor de la nada,
cual si todas las furias en coro
pasasen mostrando sus hórridas caras,
cual si todos los puntos del orbe
le negasen apoyo a tus plantas,
cual si todos los astros del cielo
cerrasen de golpe sus ojos de llamas:

Que la bestia sublime descubra
que no va su ración en la carga;
que la virgen hermética sueñe
y olvide sus votos de virgen y caiga:
que la mártir rechace su cáliz,
que renuncie su nimbo y su palma
cual un vil desertor, cual un Cristo
que un día dejase su cruz solitaria


Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.

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La inmortal 59:50 Read by Alba