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La casa de muñecas

Gelesen von Alba

Ved ahora esos cuartos alcobas cuyo mueblaje es igual al de los otros del lado derecho de la casa.

Cuando determinéis qué familia ha de habitar la casa, podréis elegir unos u otros, para los criados.

—¡Para los criados, papá! Pues si están igualmente amueblados que los otros, ¿cómo han de ser para los criados?

—Hijos míos—dijo el padre con acento solemne— nuestros criados no deben diferenciarse de nosotros sino en dos cosas: en la sabiduría y en la pobreza; fuera de estas desigualdades que les ofrece la suerte, al nacer en familias pobres e ignorantes, son exactamente iguales a nosotros, ¿por qué han de tener sus habitaciones inferiores a las nuestras? Ellos, como nosotros, o tal vez más, por causa de sus oficios, necesitan limpieza, aire y luz; si sus anteriores costumbres no les hicieron sentir estas necesidades de todos los organismos humanos en plena salud, al hospedarlos en nuestras casas debemos hacer que lleguen a sentirlas; nuestra primera obligación de sabios y de ricos, relativamente a ellos, que son ignorantes y pobres, es hacerlos ricos y sabios, en la medida de nuestras fuerzas; los servicios para los cuales los ajustamos no implican que hemos de dejarlos sistemática y continuamente en su ignorancia y su pobreza; los amos, hijos míos, no pueden serlo, sino a condición de servir de Providencia a sus criados; este es el único medio de que, no sólo nos sirvan según razón y conforme el ajuste que con ellos estipulemos, sino el medio de que nos amen según la dignidad y justicia que vean en nosotros.

Además, mis queridos hijos, los criados están llamados a desaparecer del seno de las familias...

—¿Y lo tendremos que hacer todo nosotros mismos?—interrumpió con asombro la niña.

—En efecto, así será; la civilización en su marcha ascendente de progresos nos prepara grandes sorpresas, y no temo aseguraros que, en su porvenir, no muy remoto, este resto de esclavitud disimulada, llamada servidumbre, que pesa sobre el pueblo, desaparecerá radicalmente; ínterin, si hacéis vivir criados en vuestra casa, les neguéis ninguna de las satisfacciones físicas que disfrutéis vosotros; que la diferencia entre amos y criados exista en la elevación del espíritu, de la inteligencia y de las virtudes, pero que no estribe nunca en la negrura de sus cuartos de dormir, en la suciedad o miseria de su ajuar, ni en la escasez o mala calidad de sus comidas.

Veamos ahora el terrado-galería de la casa: aquí tenéis una de las más imprescindibles necesidades de la vida de la familia: este anchurosísimo terrado, cerrado con cristales en el invierno y persianas y transparentes (o cortinas) en el verano, puede servir para dar higiénicos paseos en los días de continuado temporal, sin sufrir las molestias del viento y la humedad, tan perjudiciales, sobre todo para los niños, y al mismo tiempo sin privarse de la hermosa vista del campo y de la vivificadora luz del cielo; además puede transformarse en salón de gimnasia y de billar, pues para todo tiene espacio, ocupando, como ocupa, toda la extensión de la casa. Para hacerlo más  abrigado puede colocarse en él una estufa de leña que, con su llama, alegre y temple el recinto. En el verano, con sus persianas y cortinas, dejará pasar el aire, y no el sol, estableciéndose, con la corriente de la es salera, una especie de manga de ventilación que tendrá frescos y henchidos de oxígeno los pisos de la casa.

Veamos la bodega: observad en ella el buen gobierno de una familia económica, base tan sólida para que sea feliz. Todo está almacenado por mayor, es decir, dispuesto para el consumo de un año, o si se quiere de recolección a recolección: de este modo se compra directamente a los productores, y ellos no pierden tanto y el consumidor tampoco. El comercio, hijos míos, que es una de las palancas más potentes de la civilización, habrá de limitarse, con el tiempo, a los objetos y artículos que pudiéramos decir de segunda necesidad con respecto a los productos de primera necesidad, comestibles y ropas de uso interior, se llegará al ideal de la cooperativa, es decir, se tomarán los artículos de las mismas manos del productor, para repartirlos, por iguales dividendos, entre los consumidores: sólo así podrá ofrecer la subsistencia de las familias seguridades de sanidad y de economía.

Muchos de los productos que veis en esta bodega, despensa o depósito podrán ser recogidos en nuestra finca, porque a pesar de todo cuanto estáis viendo, la fortuna que representa esta casa es una fortuna media, que tiene apariencias de ser grande, no porque en realidad lo es, sino por lo bien entendida y ordenada de su administración. Para que comprendáis bien esto, vamos a las dependencias de la casa, y antes os advierto que en la biblioteca tenéis tratados prácticos de cultivos y de cría de animales, los cuales pueden ser como el alma de vuestra posesión. Ahí tenéis la huerta; en ella hay de todo, no sólo para el gasto anual de la casa, sino para mantener con los desperdicios a los conejos, a las cabras y a los dos cerditos que dentro de su porquería asfaltada, y con cobertizo de zinc, están instalados en un extremo de la finca. En los terrenos que siguen a la huerta, y que representan unas ocho fanegas de tierra de primera clase, gracias a las mezclas químicamente realizadas de guanos, estiércoles y calizas; en esos terrenos tenéis cuadros donde hay toda clase de plantaciones, desde el alforfón, el azafrán y la pataca, hasta el trigo, la remolacha y el tabaco; probados aquellos cultivos, bien continuos o alternos, que mayor rendimiento produzcan, teniendo en cuenta, como hay que tenerlo, la proximidad de la quinta a una populosa ciudad, se puede tener por seguro que vuestra posesión no sólo dará para sostenerse a sí misma y a sus habitantes, sino que dejará un residuo que, agregado a las rentas que la familia tenga por sus trabajos especiales o por sus propiedades, contribuirá al bienestar de la familia; sólo así se comprende la casa de campo, de otro modo no es más que un pretexto de ostentación o de vanidad, que lejos de producir, hace gastar, y que no se tiene por la salud, la virtud y el bienestar de la familia, sino para causar envidia, promover pereza y acarrear ruina.

La noria de hierro que llena este utilísimo depósito es un recurso para las grandes sequías, o para cuando se inutilicen las cañerías de agua potable que os vienen de la ciudad por el mismo camino por donde pasa el tranvía de vapor; unidos de este modo al centro de vuestras actividades intelectuales podéis llevar a la vida ciudadana todos los vigores, todas las purezas, todas los realidades de la Naturaleza, y así el comercio social será siempre renovado con elementos nuevos y fecundos, que empujen con más rapidez el progreso humano.

—¿Y la vaquita, papá?

—La vaquita, mantenida a poca costa con las verduras del huerto, asegura leche pura y sana, y sirve además para sacar agua de la noria; su paso tardo es el único para este oficio, y a la vez hace ejercicio, tan conveniente a las vacas lecheras; las cabritas pueden sustituir la leche de la vaca en caso necesario; y además se pueden sacar algunos quesos o manteca de ambos productos; de las gallinas, patos, palomas y pavos, huevos, pollos, pichones y pavillos para nuestra mesa: todos ellos ofreciendo la seguridad de unas carnes sanamente hechas; los conejos darán gazapitos tiernos y blancos; y, por último, los caballos que, como veis, son para tiro y silla, servirán para que los dueños de la casa vayan hasta las puertas de la ciudad sin esperar al tranvía, o se paseen en las hermosas tardes de primavera y otoño; elegidos estos caballos de razas resistentes al trabajo, a la fatiga y a la falta de cuidados minuciosos, verdaderos caballos de campo, podrán ser enganchados a las sembradoras, aradoras y demás máquinas agrícolas que tenéis en el cocherón, y al carro para conducir las verduras, frutas y granos que hayáis de vender: su estiércol, el de la vaca y demás animales de la quinta, contribuirá a devolver a la tierra su fecundidad. Del emparrado que rodea la posesión se puede sacar vino para el consumo de la familia, de modo que tan preciado licor, en vez, de ser un elemento de perturbación física y moral, resulte un elemento robustecedor de las energías vitales, pues hecho a la vista del dueño, es decir, siendo vino puro, la sencilla fermentación del jugo de las uvas, y bebido con moderación, es uno de los esenciales medios de alimento fortificante.

—La pila y caldera para lavar y colar la ropa,—dijo la madre,—contribuye a la sanidad y pureza de la familia; de este modo las ropas interiores no se confunden en la repugnante mescolanza del lavadero público, y así se garantiza su aislamiento con ropas inficionadas por enfermedades y erupciones: al mismo tiempo se asegura su duración, porque pudiendo la dueña de la casa vigilar las coladas, éstas serán sólo de ceniza y jabón, únicos ingredientes que deben tener para que las ropas resulten limpias y no destrozadas.

—Y decidnos, papá y mamá; de estos pájaros, de estas flores, de estos peces, de estos jardines, ¿qué se puede sacar? —preguntó el niño, que sin duda, estimulado por el anterior discurso financiero económico del padre, no comprendía que en la casa hubiera algo que no diera producto.

—Hijos míos-—contestó la madre; estas aves, esta murmuradora fuente, estos peces, estas flores, estos jardines y bosquecillos, hacen de vuestra casa un verdadero Paraíso, ofreciéndoos con sus hermosuras, sus armonías y sus grandezas un producto insustituible.

—¿Cuál, mamá?

—El de haceros amar la Naturaleza, madre de todos nosotros. ¿Creéis que hay cantos y músicas más sublimes, más puras, y a la vez más eternas que esos gorjeos y esos píos que al amanecer entonan las aves como himno sagrado de bendiciones al sol? ¿Creéis que hay colores, matices y perfumes, que más deleiten y conmuevan con regocijo castísimo, que esos colores, esos matices y esos perfumes que se desprenden de las flores, de los árboles y de las plantas? La renta de todas estas bellezas que atesora vuestra casa, la cobráis recibiendo en vuestras almas gratísimas y serenas felicidades, riquezas ante las cuales se contemplan todos los tesoros del mundo sin la más leve ambición.

—¿Y las ropas, mamá, y las ropas? —decía Rosario, que como más vehemente, no podía escuchar largo rato sin interrumpir.

—Hélas aquí, dijo su madre, abriendo los armarios del cuarto ropero, que era la cuarta habitación a la derecha del piso alto. ¡Qué alegría la de Rosario! Allí había de todo, sabanitas, toallas, servilletas, manteles, paños y delantales, todo pequeñito, y proporcionado al mueblaje de la casa: en otro armario se veían camisas, chambras, calzoncillos, peinadores, enaguas, medias, calcetines y pañuelos, en diferentes tablas, según eran, de mujer o de hombre las ropas expresadas; todo estaba primorosamente cosido, pero sin una puntilla, ni un adorno, ni un pliegue.

—¡Pero mamá!—exclamó la niña— ¿por qué toda la ropa está tan lisa? ¿No valía más que hubiera menos y estuviese adornada? Así era la de los ajuares que yo he visto.

—No, hija, no; es mejor que haya mucha y ésta sea lisa; esto es más limpio, más prudente y más sano; los bordados, encajes, adornos y rizados en la ropa blanca, no sirven para nada; todo lo contrario, recogen y guardan entre sus pliegues, tejidos y rebordes, los sudores y suciedades de los cuerpos; dificultan el lavado y el planchado, duran menos y obligan a un recosido continuo, haciendo gastar tiempo inútilmente; estas ropas, como veis, de telas riquísimas, lisas y sólidamente cosidas, aseguran una gran duración y una pulcritud exquisita, y como son tan abundantes, pues lo que había de haberse gastado en el adorno se ha empleado en multiplicarlas, facilitan el que la familia se mude cada dos días o diariamente, que sería lo mejor, ofreciendo con esto salud, economía y hermosura para la vista, porque la verdadera hermosura consiste más en la limpieza que en el adorno.

—Y no hay una sola prenda de color—dijo el niño que revolvía los armarios entusiasmado de ver tan primoroso ajuar.

—Así es, hijo; toda la ropa blanca debe ser blanca; todo otro color que se le dé es impropio de su uso inmediato a la carne humana: lo blanco es lo que únicamente rechaza, sin subterfugios, la suciedad; y la cuestión de la, salud para las criaturas racionales, creedme, que tiene su más sólido fundamento en la limpieza: camisas azules, encarnadas o amarillas; medias moradas, verdes o negras, no pueden ser más que dos cosas, o nidos de suciedad o pretexto de despilfarro: si aquellos que las usan no son ricos, se trasforman en nidos de suciedad, pues con su color ocultador evitan el frecuente relevo; y si los que las usan son ricos, o las tiran a la primera postura o se gasta en lavarlas químicamente un dineral, y con esto se hace alarde inútil y pueril de desprendimiento; y de todos modos, ricos o pobres, los que usan telas de colores, aun de las mejores, están expuestos a graves envenenamientos, y cuando menos a picazón y malos olores. He ahí, pues, la ropa blanca de la casa de muñecas, dispuesta para que la use el hombre y la mujer, en beneficio de su salud, de su comodidad y de su hermosura, y no en beneficio de su pereza, de su vanidad o de su soberbia.

Este armario está desocupado para que los muñecos que decidáis traer a la casa coloquen su ajuar de ropa de color, vestidos, abrigos, calzado, etc.

Réstame señalaros la última pieza de la casa, el cuarto-retrete. Ved en él, con el alejamiento necesario para que sus olores no envenenen las demás habitaciones de la casa, el agua corriente, que es el mejor desinfectante; el mármol blanco, que es el mejor evitador de suciedades, y las macetas de plantas olorosas para recrear la vista y purificar el ambiente.

—Y dime, papá,—interrumpió el niño,—toda esta quinta, y sobre todo estos terrenos de plantaciones, estos jardines y demás cosas que tiene la posesión, siendo de mentira, es decir, estando todo contrahecho, ¿cómo hacer que produzcan, y cómo hacer que crezcan, y cómo sembrarlas y regarlas, y demás faenas que nos has explicado?

—Hijos míos: es cierto que todo es imitado en vuestra posesión, o mejor dicho, en la posesión de vuestros muñecos; los cálculos de productos, el estudio de siembras y crecimiento de las plantaciones que aquí se os ofrecen todas en la plenitud de su desarrollo, podéis estudiarlo en los libros que yo os daré y que son iguales a los que figuran de mentirijillas en la casa de muñecas; el manejo del agua, que es una de las cosas que más os entretendrán en vuestros juegos, podéis hacerlo, porque todo se halla dispuesto para evitar corrupción y humedad, y además, se renovará la tierra de vuestra finca cuantas veces sea preciso; en cuanto a la dificultad que encuentras en poderos figurar que toda vuestra posesión es real o de verdad, no creo que la tengáis; los sables de hoja de lata, los caballos de cartón, los soldados de plomo, que tenías antes, ¿no se os figuraban de verdad?

Vuestra imaginación infantil, hijos: míos, descendiente purísima del cielo, tiene una fuerza creadora inconcebible; no hace mucho tiempo tuve la dicha de conocer a dos hermosos niños de un amigo; mientras hablaba con sus padres, observé en los niños, que tendrían de cinco a siete años respectivamente, el siguiente manejo: cogieron dos sillas de rejilla, y atándole unos cordones se los sujetaron a la cintura; daban así con ellas arrastra, una vuelta a la sala, y luego se desenganchaban, y acercándose a un sofá de paja inclinaban la cabeza; estaban un rato así, y volvían a coger las sillas y a tirar de ellas: acosados a preguntas pude sacar en limpio, que las sillas eran para ellos coches, que ellos eran para m mismos caballos y a la vez cocheros (dualismo de persona y de irracional muy fácil de encontrar en el estudio psicológico del alma infantil) y el sofá de paja el abundante pesebre donde reposaban de sus fatigas. Veamos allí la poderosísima iniciativa de creación que atesora la imaginación de los niños; gastad la vuestra, hijos míos, en figuraros de verdad la casa de muñecas, y que al llegar a otras edades vaya en vuestra memoria tan grabada la imagen de estos juguetes que os sirva de estímulo para amar a la naturaleza y a la patria, haciendo de vosotros criaturas honradas, trabajadoras y útiles, únicas que pueden conducir las sociedades por los derroteros del progreso y de la virtud.

Ahora, hijos míos, aquí tenéis las llaves de este salón; no olvidaros jamás de la promesa que nos hicisteis de disfrutar, unidos y en perfecta armonía, de la casa de muñecas: tened seguridad de que todo lo que pidáis para la casa y sus dependencias se os dará enseguida, si ha de contribuir a que sea un modelo de morada humana.

Diciendo así, los padres de Rafael y Rosario dejaron a los niños en posesión de la preciosísima casa.


Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.

Chapters

La casa de muñecas

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