La última página de Darío. Sol del domingo


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Sol del domingo... Rásgase como un largo velo de tiempo y he aquí que se oye un cántico de campanarios; sois vosotras, campanas de Pascua Florida, campanas de la niñez.

Pues es día de misa, y la madre es tempranera, y la abuela desde el clarín del gallo está en pie, con su vestido obscuro de la iglesia. El sueño de tan grato matinal, que el niño no quiere dejar las sábanas, en donde la cabeza, sobre el brazo y el muslo en flexión, se anda volando por el otro lado de las cosas. Pero las flores de olor están ya en los floreros y el café humeante. El cura estará en la sacristía poniéndose la casulla. Y el niño se viste con su ropa limpia y oliente, y a poco va en la buena compañía a la visita de Dios, a punto en que las campanas alegres, las campanas de Pascua Florida, dicen la última estrofa de la llamada.

Sol del domingo... Y a la orilla del río con los compañeros, dar un chapuzón, desnudos como anguilas todos, alborotar el agua, y en el intervalo morder la naranja de oro o la uva de miel junto a los árboles.

¿De qué se conversa? Se sigue el asunto que en ramas cercanas discuten los pájaros; cosas de política de aire, de la ciencia de las cometas ó de las artes de los trompos; murmuración contra la tía solterona y el maestro calvo; y el puñetazo que tal dio dejando cardenal en el pómulo: o la escopeta de papá y el caballo que vino de la estancia: o la caja de música que trajeron de París regalado por el padrino: o la pelota de la cancha, o las piernas de Juanita. Y luego lapidarse han los ramajes; sílbase y grítase; se ensaya la voltereta o se ejercitan los brazos en mutuos mojicones; o se corre por largas extensiones, hasta llegar a la casa, cansado el pecho, roja la color, a recibir la reprimenda.

***

Sol del domingo, sé bueno siempre para los niños, para los viejos. Eres el que hace reir las casas y los árboles como con un brillo inusitado; el que saca a los huérfanos de sus habitáculos, en largas filas a ver la ciudad, a respirar la salud de los jardines y los campos. Sé suave y de oro puro para ellos; y para las viudas tristes y para los niños pobres. Sé propicio para los solitarios que piensan, a orillas de los lagos, junto a los cisnes, en cosas melancólicas. Tú eres el hermoso sol, el sol del día del Señor. Tú estás guardado en el gran joyero que el Príncipe de las cosas tiene en su empíreo, y no sales sino una vez a la semana, cuando ella nace, a vivir su existencia de seis días, y para que salgas a lucir en el puro azul, el Padre sagrado te confía al orfebre más entendido de su reino de arriba; ése te limpia, te pule, te bruñe, como a un escudo de oro, y te lanza al espacio a que resplandezcas, sol del domingo... sol del domingo...


Diciembre 1915.

"Los mejores Cuentos y sus mejores Cantos" Rubén Darío. Biblioteca Andrés Bello. Ed. América - Madrid 1919

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Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.